martes, 10 de julio de 2012

La Memoria.


“No importan las influencias, ¡lo importante son las causas!” 

“Hoy sé que hice un descubrimiento importante junto a la ventana de aquella clase, de aquella pobre escuela de pueblo: me di cuenta de la existencia de la memoria.”

                                                                         
                                                                                                              Tadeusz Kantor.


“Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido.”

                                                                                                   Milan Kundera.





Dicen que soy un memorioso. Dicen que soy muy silencioso. Dicen que soy “Kantorito”. Lo que ha hecho que me cuestionara enormemente sobre el sentido de mis prácticas teatrales y de mis frecuentes paseos por los senderos que llevan al cementerio, abandonando, como afirmaba, el maestro polaco, las autopistas de la vanguardia. Escuchando de continuo aquellas voces interiores.

Estoy de acuerdo con Jan Kott, otro polaco, la memoria del teatro es frágil y se queda bajo los párpados de los espectadores. No quiero ser o imitar a  Kantor, por otra parte, a las Iglesias ahora las han enrejado, las flores del jardín lastiman los sensibles ojos, ávidos de novedades, alcohol en gel y ángeles con capacidades diferentes.

Don Bosco hace Stand-up en una comedia musical.

Si, me fascina Kantor,  me emociona, me hace reír y llorar. Kantor y su trabajo sobre y en la paradoja constante, me han permitido sobrevivir y, como una presencia muy próxima me ha ayudado a entender, aprehender y, de algún modo, a liberarme de mi propia historia personal, pero su silla debe seguir quedando vacía. Custodiemosla sí, aunque no de modo abúlico o pasivo. No a la manera de un mustio Blandengue. Con acción. Con una energía heroica. ¿Por qué no? Accionando en esta actualidad, pletórica de paradojas. Una  actualidad, estimo, en donde estamos insertos en un mundo, un país, una ciudad que, a su escala, es un gran hipermercado, una cárcel, un penal devenido en Shopping que de todas maneras estigmatiza  y se reserva el derecho de admisión y nos obliga a descubrirnos la cabeza y guardar nuestra gorrita de visera, coercionados por un perfumado patovica de saco y corbata.

Un mundo Pro-Segur. Teñido del rojo del Canal 4. En dónde cada vez hay más dispositivos y recursos humanos en la tarea de la seguridad pero cada vez estamos más inseguros. En dónde ya no sabemos quién nos mira: seguramente tampoco es Dios.
Es curioso, pero frecuento muy a menudo el Hospital Maciel y es notorio encontrar más personal de seguridad, limpieza, ascensoristas, etc., que médicos o enfermeros.
En el Hospital de Clínicas existe en el hall principal un pequeño centro comercial con outlet incluido, mientras que la Sala de Emergencias se encuentra inaccesible para un peatón accidentado.

Vivimos dentro de cajas, en tiempos en donde los proyectos colectivos, de algún modo, han sido bastardeados, los reyes magos son los hijos, la revolución es best-seller y apura sus autocomplacientes y satinadas páginas para llegar a las librerías a tiempo para la navidad. Por otra parte, a nuestro lado, y bajo nuestra cómplice mirada, los asesinos hacen la cola impunemente para pagar sus cómodas cuotas en Carlos Gutiérrez.

A pesar de pasados honores y lejanos méritos, quizás la revolución ahora sea esto o la posibilidad de tomar mate en Facal con yerba La Vuelta. Tal vez, el mensaje revolucionario que no queremos escuchar sea ese: “que a nadie ya le importa nada, ni siquiera la vida humana”. Se encuentra más seguro un alfajor o una torta frita que una persona que duerme en la calle. Y no se duda en matar a alguien en pos de proteger o proveerse de estos farináceos. Pero claro,  lo imprevisible del indigente resulta de lo más peligroso.
Si, seguir las instrucciones de Liber Falco en “Fuera locura” resulta una incidencia peligrosísima, y adherirse a ellas al pie de la letra desencadenaría seguramente un absurdo operativo represivo.

Muchas veces ante esta realidad, personas, parientes, jóvenes amigos, vecinos con un discurso comprometido con los derechos humanos en un pasado más o menos reciente, exigen a viva voz, soluciones en cierto modo, de exterminio. Qué tema complicado el de la memoria.  La sonrisa de mamá ni siquiera se encuentra en los versos de Palito Ortega o en la voz de Libertad Lamarque, la sonrisa de mamá se ha reducido a un descuento en el IVA, a un exasperante embotellamiento de tránsito en 18 y Yaguarón.

Concluyendo y parafraseando nuevamente a Ricardo III, estos tiempos también son de traviesos deportes, placeres y entretenimientos frívolos, cuerpos deformados por el HD, rostros subyugados por la imágen y la pantalla, pero en los que, a veces, se dibuja el engaño, la duda que nos arruga la frente en este coloso collage, en esta fiesta de música sensual, sándwiches calientes, socios espectaculares, policía turística, neo-caudillos, mega operativos, metro-sexuales murguistas, pisos flotantes, hipoxifilia, ceibalitas,  boletos de una hora, portones a control remoto y enanas con Síndrome de Down en patines y minifalda.

¿Un mundo ideal para el retorno de la memoria? La memoria de Levón al saber los nombres de todos sus alumnos al comienzo del primer día de clase. Puede ser. Si, aquella memoria, la que se dio cuenta que existía, junto aquella ventana de una pobre escuela, Tadeusz Kantor.

Pablo Rueda.

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